Tony Leblanc


«No me asusta la muerte. Pero pido que me pille durmiendo. Lo que sí me horripila es el dolor. También me atormenta quedarme inválido y depender de los demás. Y eso sí, en mi Padrenuestro va siempre el perdón por si he podido hacer mal a alguien sin querer». Son palabras de Tony Leblanc en una entrevista que le hice para ABC y que se publicó en abril de 2000, con motivo de la concesión por parte del Ayuntamiento de Madrid de su medalla de oro. Fue la única vez que vi a Tony Leblanc en persona. Me costó hacerla; no porque no quisiera, desde el primer día se mostró dispuesto, sino porque su castigado cuerpo (un terrible accidente de tráfico) le pasaba factura y le surgían problemas que obligaron a posponer la cita varias veces. El propio Tony me llamaba y se disculpaba: «Julio, perdóname, pero no podrá ser el martes; me tengo que hacer unos análisis». Y con toda la naturalidad del mundo, como si hablara con un amigo cercano o con un familiar, me explicaba todos los detalles.

Y es que en aquella hora larga que estuve en su casa de la calle Colombia, en Madrid, me sentí amigo de Tony Leblanc, porque él me trató así. Incluso en la dedicatoria que me hizo de su libro autobiográfico escribio: «A Julio Bravo, con mi agradecimiento, de ser su amigo. Un fuerte abrazo. Y hasta siempre, amigo Julio». Me habló con naturalidad, con sinceridad; fue un torrente de recuerdos, de anécdotas, de emociones. Creo recordar que se le humedecieron los ojos cuando habló de su mujer, mi Isabel... Y me invitó a la celebración de sus bodas de oro, que se iban a celebrar unas semanas más tarde.

Es una de las entrevistas que más he disfrutado. Tony Leblanc era un gigante, un intérprete irrepetible, capaz de hacer fácil lo difícil. Siempre recordaré una de sus apariciones en televisión, no sé en qué programa: salía al escenario con una silla, se sentaba y empezaba a pelar una manzana y a comérsela; eso fue todo. Una verdadera genialidad, como su Cristobalito Gazmoño, un personaje entrañable y divertido. Llenaba todos sus papeles de humanidad. «Los he estudiado, me los he comido, los he digerido, pero no los he expulsado. Han quedado siempre dentro de mi. Les he prestado la voz, las manos, mi forma de mirar y de escuchar. Por eso cada uno lo hacemos de una forma diferente.»

Tony Leblanc, por lo que pude intuir aquel día y por lo que he escuchado y leído de él, era también un excepcional ser humano. Un hombre bueno. Y divertido. Como la entrevista era por la medalla de Oro de la ciudad de Madrid, su ciudad, hablamos de ella. Se definió como chispero: «Chispero viene de chispa. La chispa del madrileño, con el safo y la parpusa, que hay poca gente que sepa que el pañuelo y la gorrilla del madrileño se llaman así. Y hay muchos otros términos, pero yo no quiero presumir, porque hay muchas otras personas de mi edad que de eso saben más que yo. Pero... La chichana es una jeremandona que se había ido de la húmeda, se había puchao a la bofia, y por chungaleta me habían subido diecisiete quintas en el saco del escaribel». Pues dicho queda. Y descansa en paz, amigo Tony.

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