Luisa Martín y «El show de Kafka»

Hay montajes efímeros. En muchas ocasiones con razón. En otras, sin embargo, las circunstancias son crueles con ellos y se ven obligados a descabalgar demasiado pronto del escenario. Eso es lo que ha ocurrido con «El show de Kafka», la versión del «Informe para una Academia» del autor checo que ha adaptado Ignacio García May, ha dirigido Juan Carlos Pérez de la Fuente y protagoniza Luisa Martín. Su vida en el teatro Amaya ha sido muy corta, demasiado; ahora se está preparando la gira y, posiblemente, volverá a Madrid dentro de un tiempo.
Luisa Martín es una actriz con mayúsculas; supo escapar en su día, y no es tarea fácil, de las garras y el recuerdo de un personaje tan devorador como era la Juani de la serie «Médico de familia». Berlanga la eligió para que protagonizara su último trabajo cinematográfico, el corto «El sueño de la maestra». En televisión brilló recientemente en esa emocionante serie que fue «Desaparecida», al lado de dos monstruos como Carlos Hipólito y Miguel Ángel Solá. En teatro me impresionó en «El verdugo», junto a Juan Echanove; en «Historia de una vida», con Silvia Abascal, y bajo las órdenes de Tamzin Townsend; y en «El tiempo y los Conway», también con Pérez de la Fuente.
Por lo que la conozco, es una actriz que llega a sus personajes desde el trabajo (parece de Perogrullo, pero no lo es). No hay afectación en ella, ni caminos extraños en su acercamiento. Los encarna con humanidad, con sinceridad, prestándoles su voz, su cuerpo y esa naturalidad que le es tan característica.
«El show de Kafka» es un trabajo arriesgado. Ya lo es, de por sí, interpretar a un mono, pero es que además Luisa tiene que luchar contra el recuerdo (y contra la leyenda) de José Luis Gómez, cuya interpretación en los años setenta (repetida hace un par de temporadas) del «Informe para una Academia» está en la memoria incluso de los que no la vieron; es un montaje mítico. Juan Carlos Pérez de la Fuente se ha desmarcado de éste (aparte de por contar con una actriz y con una persona diferente) especialmente por introducir en él el humor. Todo el monólogo está salpicado de ironía y de detalles que provocan la sonrisa o la carcajada. Y Luisa juega un papel fundamental, con un trabajo físico extraordinario y una personificación del simio llena de pinceladas maestras, sutiles y lejos de la caricatura, para completar una mona cercana y llena de humanidad. La que ella tiene.

Foto: Chicho

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