Maria Callas


Tenía ganas de volver a sentarme en esta butaca con vistas para volver a compartir mis pensamientos con vosotros, y no hay un motivo mejor para mí que escribir sobre Maria Callas, tan fascinante como mujer como admirable como artista. Es un personaje que me seduce desde hace muchos años -como a tantos otros, lo sé-, y además de escuchar a menudo sus discos devoro con pasión todo lo que cae en mis manos sobre ella. La tenía en mente, además, todo el tiempo, cuando escribí mi obra «Addio del passato».

En esta ocasión ha sido un documental, «Maria by Callas», dirigido por Tom Wolf, el que me ha acercado nuevamente a la legendaria soprano. La película se estrena el próximo 11 de mayo; he tenido ocasión de verla en un pase de prensa, y debo decir que me ha encantado. Se trata de un recorrido por la vida de Maria Callas sin pretensiones biográficas ni ánimo exhaustivo; es más bien un retrato realizado a pinceladas, que da por sentado que el espectador conoce al personaje y las circunstancias de su vida y su carrera (es lo único a lo que yo le pondría pegas, que quien no la conozca puede que le despiste). Pero es un relato emotivo y revelador, y presenta muchas imágenes inéditas,

De entre todas las revelaciones que Maria Callas hace en el documental me llamó la atención algo que afirma al menos en dos ocasiones, y es su deseo frustrado de haber creado una familia. La fama, la gloria artística, no consiguieron llenar ese vacío; lo hubiera dejado todo, afirma, por crear una familia. Y es que la Callas, la artista, lo consiguió todo, pero Maria, la mujer, no fue capaz de encontrar la felicidad.  

Hace muchos años, escuchaba yo en mi casa una grabación de la ópera «Norma» cantada por Maria Callas. Solía encerrarme en mi habitación para hacerlo. Tras el «Casta Diva» -me acuerdo como si fuera ahora mismo-, se abrió lentamente la puerta y mi madre se asomó tímidamente. «Julito, ¿quién es la que canta?», preguntó. «Maria Callas», contesté. «¡Pues es una preciosidad, canta como los ángeles!», dijo ella admirada.

No sé por qué, aquella apreciación de mi madre, melómana ocasional, me llamó tanto la atención, pero lo cierto es que me hizo escucharla desde entonces con otros oídos. Hasta ese momento, las evidentes imperfecciones de la Callas me hacían tener mis reservas hacia ella. Pero empecé a escucharla mejor, y empecé a apreciar la sufriente humanidad que había en cada una de sus notas, la intención que ponía en cada frase, el diamante que era su canto, acerado y trémulo en ocasiones, sí, pero absolutamente magnético.

Me enamoré, como tantos, de Maria Callas y quise conocerla. Leía todo lo que encontraba sobre ella, y descubrí la fragilidad de la que probablemente sea la más grande artista de la ópera en el siglo XX. Todo el sufrimiento personal, que no se separó de su lado en ningún momento de su vida, está en su voz, de infinitos colores en su paleta.

Fue una gran Norma, una exquisita Violetta («La traviata») y una excelsa Tosca, pero también una notable Medea, Ana Bolena -una ópera de Donizetti que ella ayudó a desempolvar-, Carmen, Lucia, Gilda o Lady Macbeth... Protagonizó sobre el escenario sonoros escándalos, como cuando se negó a seguir cantando en una función de gala en la Ópera de Roma. Entre el público se encontraba el presidente de la República y se le reprochó a la cantante que su negativa suponía una falta de respeto. «Merece más respeto otra personalidad: Vincenzo Bellini, el compositor. Y yo no podía cantar como él se merecía», contestó.

Su voz era un arcoiris, un crisol en el que se fundían todos los sentimientos humanos, empezando por el amor que le fue tan esquivo y que hizo que su voz se arruinara demasiado pronto... Lo mismo que su vida; murió a los 53 años en su retiro de París.

«Vissí d'arte» («Viví del arte»), cantaba en «Tosca», en un aria conmovedora que concluye con un revelador lamento«perché me ne rimuneri così?» («¿Por qué me pagas así»), que la propia Maria podría haber entonado. 




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